El 16 de octubre, dicen los que estuvieron cerca, que el ruido producido por la explosión que hizo el ARSAT – 1 al despegar desde la base aeroespacial de Kourou en la Guayana Francesa, fue de tal magnitud, que tembló la tierra y el cielo se iluminó con un color blanco y rojizo enceguecedor.
Temblaron las instalaciones de la base, cuando la cuenta regresiva llegó a cero, y el satélite tomó altura lanzando fuego como un dragón moderno. Y dicen que también temblaron los corazones de los científicos que trabajaron allá en Bariloche, en La Plata, en Benavides y en cada punto del país. El corazón de los científicos repatriados tembló también.
Los más exagerados afirman que aunque miraran el fenómeno por televisión, sentían que todo temblaba. Un orgullo nacional sobrevolaba a nuestro vasto territorio, y los alcanzaba a todos. Allí estaban temblando de emoción los coyas del norte, los mapuches del sur, los pibes del Astillero, los obreros de Morón, las maestras que hacen dedo, la garganta poderosa de cualquier villa, los chicos que ahora comen en su casa, los que pudieron terminar el secundario, los que ya están en cualquiera de las universidades nuevas que se abrieron, los que recuperaron el trabajo y los que consiguieron el primer trabajo. Los chicos del Procrear, los que pudieron unirse en un matrimonio igualitario, los nietos recuperados, los jubilados que nunca habían podido aportar y ahora van al banco todos los meses; los miles de jóvenes que hoy están unidos y organizados, los deportistas amateur, las Madres y Abuelas que no abandonan su lucha, y los H.I.J.O.S que están encontrando su lugar en el mundo.
También los pasajeros que viajan en los nuevos trenes, los oficinistas, los artistas e intelectuales que se expresan a Carta Abierta, los empresarios que creen en el país, los economistas que descreen de los mercados como solución; los que no se le fue la esperanza y reciben la Asignación Universal, y todos aquellos que llevan un pedacito de patria en el corazón.
El temblor telúrico, que venía de allá lejos, se propagó por toda la pampa, sacudiendo las espigas de oro y los escondidos silo bolsas de la avaricia. Casi se salen de curso los ríos poderosos que bajan de las montañas y los glaciares desprendieron un trozo mas de hielo. Se movieron los montes y lagunas, donde los pájaros asustados remontaron vuelo. Y esa fuerza extraña vagó por nuestra plataforma submarina permanentemente saqueada. Visitó Malvinas con sus muertos irredentos y llegó también a la Antártida, donde otros argentinos siguen haciendo patria.
También, pero de miedo, tembló la oposición por los votos que se le pueden ir, y los profetas del odio con su yapa, los medios de comunicación que no sabían cómo titular, y los que apuestan al fracaso, los incrédulos, los especuladores del blue, y los “vende patria” de siempre, además de los fondos buitres con Griesa, que le temen a los pueblos soberanos.
Ahora el Arsat-1 ya está en su órbita correspondiente. Argentina ingresó al selecto grupo de las ocho potencias que hacen esta tarea. Un satélite gaucho -quién lo diría- en plena era de las telecomunicaciones, surcando el espacio. Los creyentes dicen que quizás en ese cielo, la Negra Sosa le cante una canción, o Gelman le improvise algún verso; también es probable que Néstor Kirchner, uno de sus mentores, lo vea pasar por ese pedazo de firmamento, que ahora es nuestro para siempre.